De Petrarca a Piero de la Francesca a
través del humanismo cristiano
En Algunas expresiones
del culto mariano en los siglos XIV –
XV. Apuntes para un estudio, el profesor
de Historia medieval, Eduardo Marcos Raspi, establece una clara diferenciación
respecto de la devoción de la Virgen en
la Alta y Baja Edad Media.
La Madre de Dios, incorporada a la cristiandad como salvadora y redentora ya desde los siglos I y II por los Padres de la Iglesia, la
denominada Nueva Eva, destaca por la “intimidad
afectiva”, surgida de la imaginación del
creyente, con que era contemplada por los clérigos y el pueblo en los
monasterios durante el período
comprendido entre los siglos XI y XII.
VIRGEN ROMÁNICA
En el XIII, en especial debido a las órdenes mendicantes, la
devoción mariana, desarrollada en el contexto social de la ciudad, donde reside
la incipiente burguesía, humaniza a
la Virgen quien se conforma ya en el
tiempo como la Madre cuyo “designio divino” es interceder entre
el Hijo, “pobre en el pesebre y en la Pasión”, y el hombre.
VIRGEN GÓTICA
En este último entorno cultural, el de la humanización virginal,
Eduardo Raspi sitúa y analiza los textos literarios de tres escritores de
relevante talla: el Arcipreste de Hita (1284-1351); Petrarca (1304-1374) y el
Marqués de Santillana (1398-1458). Los tres, a decir del historiador, “vinculan
el mundo con el más allá sin escisiones violentas” y así lo muestran en sus
respectivas obras poéticas.
DÍPTICO WILTON
De este modo, leemos en el Arcipreste: “Reinas con tu hijo
amado/ Jesús, aquel que fue enviado/ a borrar nuestro pecado / Reina del cielo. Francisco Petrarca se
manifiesta aún más explícito y reza con vehemencia al final del Cancionero de Laura refiriéndose a la
Virgen en invocación: “Y tú, Reina del cielo,
diosa nuestra”. Y, por último, el Marqués de Santillana hace grabar en su
escudo familiar la leyenda “Dios e Vos”
en lo que semeja un afán casi posesivo por la presencia de la Madre de Dios y
por su intercesión.
Y esta unión del mundo
terrenal y el celeste es posible debido a que la Virgen, como criatura
humana, acepta y acata, sin mancha, sin pecado original y como un proyecto
eternamente concebido por Dios, la encarnación del Verbo, del Hijo. De ahí
surgirá el concepto de la Virgen-Templo, capaz de desarrollar en el ámbito
poético y en el pictórico riquísimas alegorías que contienen importantes símbolos
cristianos: el seno del vientre de la Madre de Dios guarda celosamente, como
hiciera un templo, las verdades representadas por el Arca de la Alianza
custodiándolas hasta el momento del parto.
PIERO DELLA FRANCESCA VIRGEN DE LA MISERICORDIA
Petrarca expresa con ferviente fe:
Virgen
pura, perfecta en toda parte,
Gentil
hija y madre de tu parto,
Que
alumbras esta vida y la otra adornas,
Por ti
el hijo tuyo y del sumo Padre
Oh,
reluciente y noble ventana del cielo
Vino a
salvarnos en los extremos días…
En nuestra opinión, en este canto el poeta italiano muestra
a la Virgen -Templo capaz de albergar en sí misma la divinidad que le confiere
su calidad de hija y madre de Dios, al tiempo, mediante el misterio de la encarnación.
A tal efecto le dedica palabras de exaltación de la luz, símbolo de
inteligencia, sabiduría y salvación: alumbras;
reluciente ventana del cielo.
PIERO DELLA FRANCESCA VIRGEN DEL PARTO
Y, en sintonía con lo que venimos afirmando, Petrarca
destaca el aspecto humano de la figura virginal, pero, en este caso, no solo el
de su maternidad, sino el de su condición de dama, entendida en el más puro y estricto sentido de idealismo,
sublimación y veneración al modo de poeta stilnovista hacia su amada, imposible
de alcanzar, y expresado en el vocablo gentil.
Por tanto, reconocemos en el humanista Petrarca dos
direcciones, que convergen, a la hora de tratar a la mujer: una es la gentil
diosa nuestra la Virgen, humanizada,
y, otra, la dama angelicata, Laura,
divinizada. El encuentro de estas dos aspiraciones humanas no puede ser ya más
representativo del humanismo cristiano
que defendía el autor del Cancionero.
No hemos hecho sino señalar una escueta trayectoria
religiosa y literaria anterior al nacimiento de algunas representaciones
pictóricas de la Virgen del Parto, como la de Bautista de Vicenza (1375-1438),
dulce y humilde,
BAUTISTA DE VICENZA
o la de Piero de la Francesca (1416-1492) espléndida,
enigmática, o la Virgen de la Misericordia, también de este último pintor
renacentista. En las tres permanece latente, sin duda, el espíritu de la
tradición de la Iglesia, del pueblo devoto y las tendencias culturales que
dictan los versos de los poetas analizados.
CARMEN MONTERO