CRÓNICA, un poco poetizada, DE UN DÍA EN
CUENCA.
La llegada a la Estación de Cuenca Fernando
Zóbel, edificio inaugurado en 2010 y marcado por la sostenibilidad, supone
dejar atrás las prisas, las preocupaciones, los ruidos y la alta velocidad
vertiginosa de Madrid y sus trenes.
Nos adentramos entonces, por medio del
transporte público, en una Cuenca recoleta por el silencio de sus piedras
históricas; el encanto de sus cuestas empinadas, y tortuosas a veces; las vistas panorámicas desde la altura y la
quietud de una mañana de sábado que, a las diez horas, invita aún a dormir a
sus habitantes con toda seguridad.
La Plaza Mayor, rectangular e irregular, con
un reguero de casas estrechas y multicolores, el ayuntamiento, bares,
restaurantes y tiendas, muestra ostentosamente la belleza de su Catedral, primera construcción identitaria de la ciudad. Alfonso VIII, cuya presencia se
siente, como la del pintor abstracto Fernando Zóbel, por el casco antiguo de
Cuenca, la construyó sobre una mezquita árabe en los años de la reconquista.
Leonor de Inglaterra, una Plantagenet, esposa
de Alfonso VIII, jugó un papel decisivo a la hora de definir el estilo
franconormando que caracteriza a la Catedral pues se trataba de una reina
culta, de refinado gusto por la poesía, el arte y la música, cualidades que
heredó de su madre, Leonor de Aquitania (Poitiers, 1122-Fontevraud, 1204)
educada en la corte de Poitiers, centro cultural de la Occitania del s XII,
donde surge el amor cortés.
Vista desde el exterior, semeja un templo
huérfano por lo inacabado de sus torres, de su ornamentación; por lo que
sugiere que fue; por lo que aporta su reconstrucción neogótica o por aquello de
lo que adolece. Es cierto, así lo comprobamos, que nos viene a la mente, al
contemplarla, el recuerdo de Nôtre Dame; casi, diríamos, en forma de esbozo. Con
todo, no deja de ser un encanto romántico que otorga una entidad particular a
Cuenca.
El interior multiplica con creces la factura
elegante y portentosa del templo a lo
largo de los movimientos artísticos que se suman a través del tiempo: el ábside
central es de los siglos XII-XIII; las bóvedas sexpartitas son propias del
primer gótico; la doble girola, del s XV; el plateresco, del XVI, parece
bordar de blanco los muros de los arcos
y, los triforios, verdaderas joyas y originalidad del templo, anteponen al
óculo arcos lobulados.
Abandonamos la catedral y, con ella, la
calidez de su luz dorada, a la que se habían acostumbrado los ojos, para salir
al bullicio de la plaza e ir, siempre a paso turístico, camino del Museo de
Arte Abstracto Español ubicado en las Casas Colgadas.
Llegados a este punto, resulta ineludible
comentar el majestuoso paisaje que se extiende a nuestro alrededor, las fantásticas
formas que adquiere la orografía, como si esculpiera la piedra con regla y
compás: áreas simétricas, onduladas, circulares, abruptas…
Abierta y extendiéndose como un gran abrazo al
hombre se erige la Serranía de Cuenca. Nos sorprenden también, desde la altura,
al final de un camino empedrado, las Hoces del Huécar, como una inmensa boca o
garganta dispuesta a devorar el entorno de un verde estruendoso, pero sensual,
de pinos, álamos y sabinas.
Y allí, arriba, muy arriba, dominando el
cañón, la casa colgante, que es el Museo de Arte Abstracto, mirando a través de
sus balcones, hacia el parador, antiguo convento de San Pablo, y las
caprichosas figuras en forma de dolmen que ha ido forjando a través de los
siglos la erosión. Ambos parajes, museo y parador, están unidos por un puente
atravesando el cual sentimos la sensación de estar suspendidos en el aire,
formando parte de la naturaleza pero sintiendo también el vértigo y la soledad
de su inmensidad, al igual que el personaje de un cuadro romántico panteísta.
Cómo no considerar este entorno ya como la
propia antesala del museo de Arte Abstracto al introducirnos en el mismo:
blanco brillante las estancias; madera de vigas el techo; amarillos oro de
mármol sin pulir el suelo, luz del cielo y cuadros abstractos que se acogen
unos a la disciplina del paisaje; al mapa introspectivo del espíritu de sus autores, otros.
En el vídeo Colgados de un sueño, producido por Inicia Films y TVE y con la
colaboración de la Fundación Juan March se recoge el pensamiento de Fernando
Zóbel, fundador del Museo, cuando éste todavía es un ideal: “Tiene que ser una
casa dentro de la ciudad, con sitio para recibir amigos y colgar cuadros. El
día de mañana podría ser un museo de pintura moderna española, cerca de Madrid
pero sin ser Madrid”.
Hoy es una realidad que cuelgan de las paredes
del Museo cuadros abstractos de los años 50 y 60 que, incluso burlando la
vigilancia franquista, daban fe de nuevas tendencias, revolucionarias entonces:
la escritura china, “tan diferente que afecta al propio carácter del
pensamiento”, comenta Zóbel cuando la traslada al cuadro; la estética del muro,
del blanco y negro; la “casualidad controlada”, el uso de materiales de desecho;
el tremendismo; las tendencias gestuales; la pintura matérica; los
automatismos.
Y nos llevamos en nuestra mente, camino de
nuevo de la alta velocidad vertiginosa de Madrid y sus trenes, los nombres de
estos artistas creadores del Informalismo: Chillida, Millares, Saura, Feito,
Tapies…testigos de una España deprimida que se mira en el espejo del
existencialismo.
¡¡Precioso relato!!
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