miércoles, 13 de junio de 2012

LOPE Y RUBENS ANTE EL CONCILIO DE TRENTO CARMEN MONTERO



El poema de Lope de Vega, Al poner a Cristo en la Cruz, está constituido por una serie larga de versos octosílabos, el romance, monorrimos los impares en e-e. El romance es la estructura de versificación más típica de España, por lo que su elección por el poeta barroco (1562-1635) ganaría ya las simpatías de nuestros contrarreformistas. Y no olvidemos, el romance surge para ser cantado ante el pueblo, de modo que esta realidad nos permite ya adelantar que Lope actúa como el juglar de Dios y de la Virgen, en su propia composición la cual ofrece, revierte y entrega a las gentes de fe.

El tema principal del poema es el acto de instalación de Cristo en la Cruz llevado a cabo por los soldados. Este núcleo de contenido se relaciona con otros, de carácter simbólico, que se muestran al lector dotados de una gran carga emocional según veremos: la vestimenta sagrada, la Virgen y los tiempos pasados.

En El levantamiento de la Cruz (1610), Pedro Pablo Rubens (1577-1640) realiza un tríptico de 6 X 4’60 m acorde a los dictámenes iconográficos tridentinos (1545-1563) en los cuales se jerarquiza la disposición en el retablo de los motivos según el orden de relevancia. De este modo, el símbolo máximo de la religión católica, la crucifixión, que dará lugar a la redención de los pecados del hombre, debe figurar en el centro del tríptico. El pintor la expresa en la dirección de una vertiginosa diagonal barroca que encarna el dolor físico y espiritual de la Humanidad. Las tablas laterales están ocupadas por los santos Armando, Walpurgis, Eligio y Catalina; la Virgen y San Juan más algunos episodios milagrosos.

Ambos artistas, cercanos en el tiempo y en sensibilidad lírica, han coincidido en la intención de elevar a sublime el dogma de la entrega del Hijo al Padre, representado en la Cruz y glorificado por el Concilio de Trento. Y ambos han escogido prácticamente el mismo punto del larguísimo proceso de la Pasión: Lope de Vega el de tender a Jesucristo, primero “..de ojos,/ arrojado de la frente”, después boca arriba, en la Cruz. Rubens, el de la imagen estática y plena de tensión en la elevación de la cruz Alma de pórfido y mármol,
Incluso el adoctrinamiento, la defensa de la moral católica y la invitación a un comportamiento ascético y decoroso de la vida religiosa se hacen patentes tanto en el quehacer de Lope como del pintor de Flandes.

           Alma de pórfido y mármol,
          Mientras en tus vicios duermes,
          Dura cama tiene Cristo,
          No te despierte la muerte.

 Sea cual sea la manifestación artística que se ocupe de estos misterios de la fe, la escenificación dramática y la teatralidad de los hechos representados están presentes en la mayoría de las obras del seiscientos, aunque solo se trate de moda, actuando como aparato crítico que desentraña las tensiones de la vida, como es el caso de las obras que analizamos: 

“Quitáronle la corona, / y abriéronse tantas fuentes/ que todo el cuerpo divino / cubre la sangre que vierten. / Al despegarle la ropa / las heridas reverdecen, / pedazos de carne y sangre /salieron entre los pliegues”
Es destacable en Rubens –además de otros componentes- las múltiples tensiones que protagonizan el cuadro como elementos dramáticos. Todas ellas se resuelven de abajo arriba desde la tensión muscular humana de los sayones apiñados en un esfuerzo común hasta llegar a Cristo, la Virgen y el Padre callando la violencia del acto. El caballo escorzado de la tabla derecha parece rebelarse ciegamente contra los hechos que observa mientras que los personajes de la tabla izquierda permanecen sumidos en el dolor.

Insiste el congreso eclasiástico en que la obra de arte debe despertar la misericordia de los creyentes. Pues bien, es indudable que Lope de Vega mueve a compasión cuando expresa desde el recuerdo, en su poema, refiriéndose a la vestimenta de Cristo que mencionábamos arriba:

                Aquella ropa inconsútil
   Que, de Nazareth ausente,
               Labró la hermosa María
               Después de su parto alegre…

Y es que existe ternura en el afán de coser de la Madre de Dios ajena al trágico futuro. Pero la misericordia se realzará aún más cuando, en insólito y violento contraste y claroscuro, los soldados, que no los ángeles (“no bajan a desnudarle / los espíritus celestes”) toquen esas prendas sagradas y luego,

                Sobre su ropa echen suerte.

Conmueve también de forma plásticamente trágica la paradoja hiperbólica, la ironía punzante y sarcástica de versos como los siguientes:

                ¡Qué cama os está esperando,
                Mi Jesús, bien de mis bienes
                Para que el cuerpo cansado
                Siquiera a morir se acueste!
                ¡Oh, qué almohada de rosas
                Las espinas os prometen!;
               Qué corredores dorados
               Los duros clavos crueles! 

En el cuadro de Rubens, la virtud compasiva se vuelve casi agónica cuando de ella, instalada entre la imagen del Cristo casi yacente y el espectador, surge la impotencia humana de acudir en defensa del moribundo o vemos inútil nuestra acción pues Jesucristo contempla al Padre y no al hombre ya. Tal es la fuerza y el vigor con que Rubens da potencia expresiva a los escorzos de los soldados, a la iluminación de la carne trémula de Cristo, a su ubicación, altiva y triunfante, pese al dolor, en el vértice de una pirámide humana.

Trento dispone también que la representación artística de la Virgen sea la de una mujer en pie, fuerte y entera pese a su estado transido de cansancio; afrontando la agonía y muerte del Hijo. Lope resuelve sin rompimiento de las normas canónicas las referencias a la Virgen en el texto siempre de una manera amorosa y original.

En primer lugar, sentimos su proximidad cuando el yo poético dialoga con ella o le advierte del peligro, como hacía el juglar con su público, señalando el espacio por donde venían los nuevos acontecimientos:

                Mirad, Reina de los cielos,
                Si el mismo Señor es este
                Cuyas carnes parecían
                De azucenas y claveles

Lope “oculta” incluso a la Virgen la posibilidad de contemplar al Hijo azotado y desnudo:

                Si agora llegáis a verle
                En tan miserable estado,
                ¿Quién ha de haber que os consuele?

Por otra parte, la Madre de Cristo permanece en la lejanía del tiempo desde donde es rescatada para ofrecer de ella una imagen feliz pero, como vimos en el episodio del ropaje, que contrasta dolorosamente con la Pasión. En la imagen de la Cruz=cama, el poeta introduce otro nuevo elemento discordante: el pesebre. Con él nos recuerda que aunque nevado, era más cálido que la Cruz gracias al “abrigo de las paredes / las tocas de Vuestra Madre / y el heno de aquellos bueyes” En este tratamiento de la figura demuestra Lope su sentido amor y su devoción mariana. Aunque más dura se os haga

          Que en Belén entre la nieve.
         Que en fin aquella tendría
         Abrigo de las paredes
         Las tocas de vuestra Madre,
        Y el heno de aquellos bueyes. 

Pedro Pablo Rubens escoge lo normativo para cumplir también con el dictamen de la Iglesia. Su Virgen permanece casi en la oscuridad de las luces y sombras de la tabla de la izquierda; junto a San Juan, del que necesita apoyo físico para mantener su integridad. Sin embargo, alza su mirada hacia el Hijo y este hacia Dios, completando los tres un triángulo de relaciones visuales y amorosas que dotan de vida la escena tan cargada de muerte. No en vano también afirmaban los filósofos renacentistas ser los órganos de la visión los elementos capaces de poner en contacto la vida interior y espiritual del yo íntimo con el mundo, con el Otro.

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